viernes, 18 de julio de 2008

Primera aproximacion

N tenia una cualidad insospechada, sin saberlo había heredado de algún lejano antepasado de sangre europea, el refinado estilo y elegancia para mostrar su indiferencia, y de este modo agazapar sus verdaderos sentimientos -si es que los tenia- de manera que nadie pudiera identificarlos racionalmente; así que durante la cena de aquella noche me fue muy difícil quebrar la muralla que ella misma había construido entre nosotros mostrándome casi siempre su perfil exacto e impecable, ostentando una nariz empinada que ningún cirujano se atrevería siquiera a objetar.

Antes que ella lo notara pude hacerme una idea general de su personalidad algo displicente, leyendo en su cuerpo algunos atributos que me permitieron clasificarla correctamente en el amplio reino de los vertebrados erguidos de andar sinuoso. Era un bello ejemplar sin duda, aun cuando mantenía mis reservas respecto a la firmeza de sus carnes al estar libres de vestimenta y expuestas al efecto elástico de la gravedad. O a la luz extrema.

Minutos antes, mientras ingresábamos al salón pude apreciar por completo la voluptuosidad de su figura vista desde unos metros detrás, manifestándose en todo el recinto su contundencia al caminar, con una cadencia que hizo que muchos dejaran a medio camino su bocadillo para poder observarla, si bien es cierto aquel arquetipo rompía todos los cánones de la estética actual, que se basa en el paradigma de una esbeltez exagerada, no podía negársele que poseía un encanto desbordante.

Ya sentados a la mesa, me regalaba de cuando en cuando una sonrisa bastante natural y formidable, solo en esos momentos nuestros ojos se encontraban en un instante fugaz, reparando en aquellos un brillo familiar a mis sentidos, transportándome en el tiempo a cuando habitaba el cuerpo de un bebe y miraba con gratitud a mi madre mientras me alimentaba de su pecho.

Arteaga empezó entonces con un interminable recuento de sus aventuras por el oriente peruano, sin reparar en la incomodidad de su mujer, haciendo gala de su retórica áspera de ingeniero, iba matizando sus experiencias laborales con episodios de conquista y sometimiento de bellas lugareñas, sin duda alimentado por el mito de la exhuberancia y docilidad de la mujer de la selva -cosa que se sustenta en una frágil realidad- minúscula pero bastante llamativa, así iba gesticulando y mencionando a veces aquellas partes nobles de las damas en general, haciendo figuras manuales que hacían que sus relatos cobren una elocuencia algo sórdida.

Todos en la mesa festejaban aquellas ocurrencias, aunque por mi parte solo podía tener inteligencia para urdir un plan y mi reacción era la de una comicidad forzada; incluso N, que después de las primeras copas de vino había adquirido un ligero color rosa en sus cachetes, reía de buena gana, poniéndose aun mas colorada y adquiriendo así el tono apetecible del fruto maduro.

Así transcurría la velada en un dialogo casi unidireccional, solamente matizado por mis esporádicas intervenciones referentes a la actualidad económica o el calentamiento global, las cuales fueron tomadas con un gesto de extrañeza. Al comprobar que mis comentarios no eran refractarios intente romper el hielo con algunas preguntas directas a N, por ejemplo indagando sobre su procedencia, su año de fabricación o sus preferencias literarias, a lo cual ella me respondía cada vez con mayor soltura y ya entrados en confianza hasta pude arrancarle una exclamación de regocijo al halagar la prominencia de su busto escotado, equiparándolo con un elemento redondeado de la naturaleza.

Cuando en un momento dado las damiselas enrumbaron hacia los servicios higiénicos, urgidas de una necesidad casi digestiva de intercambiar chismes y teorizar banalidades, apareció un silencio algo incomodo, de pronto repare en la presencia estática de Arteaga, tras sus lentes, el legendario ingeniero se quedo mirándome con una sonrisa que no le conocía, luego aproximándose me dio unas palmadas en el hombro y exclamo su palabra cómplice y desteñida de siempre:

-Habla.

Al regresar del servicio N había recobrado su fría elegancia y aquel don que durante meses me costaría develar por completo.