domingo, 20 de julio de 2008

Premonicion

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En alguna dimensión del espacio nuestras entidades se conectaron levemente por primera vez, fue en aquel año nuevo que tuve que quedarme encerrado en mi habitación por causa de un repentino resfrío de la voluntad, cosa seria para dejarme en ese lamentable estado.

Pese a que en esas horas nacientes del inicio de siglo, medio mundo festejaba diabólicamente, yo me quedaba en casa viendo una película de Bergman y bebiendo cerveza en lata, mientras ella, inmaculada y recién salida de la pubertad, danzaba descalza alrededor de una fogata tribal; entonces aun no nos conocíamos y probablemente nunca lo hubiéramos hecho de no ser por una serie de acontecimientos predestinados a terminar en el inicio de un viaje incierto, empezando todo ello simplemente con un presentimiento, una imagen mental, una letra aparecida de súbito en el papel de mis cuadernos.

Así, alejados y diametralmente opuestos, sin un punto en común que nos permitiera reconocernos entre los millones de seres que pueblan el planeta, comencé aquella noche a tratar de darle una forma, dibujarla sobre un papel de seda, primero con la vaga idea de copiarla a partir de un desnudo de Botticelli, o imitando un croquis de Leonardo, en el detalle del rostro enigmático de una Madonna.

Sin lograr mi objetivo rompí la hoja y me puse a escribir mis propósitos para el siglo que comenzaba, tratando de mantenerme lucido divague por aquellas buenas intenciones que solemos prometer cada vez que el calendario cambia de año. Después de un par de líneas abandone la tarea y deje que mi mente hiciera de las suyas en sus cavilaciones acerca del sentido de la de la vida y otros misterios, mientras en su receptáculo óseo, mi cerebro bebía placidamente de los primeros efluvios del alcohol; sobre la mesa, mi brazo adormecido sostenía cual columna vacilante a mi mentón sin afeitar.

Suspendido en esa posición vallejiana, me dispuse a meditar durante unos minutos, asimilando los duros golpes de la vida, mientras que con la otra mano, seguía ejecutando los torpes trazos con la inercia que mi anterior esfuerzo artístico había intentado en vano. Así empecé trazando de mala gana primero una línea vertical, luego una diagonal y luego otra vertical, repetía el procedimiento mecánicamente hasta formar una letra "N" bien definida, luego otra mas pequeña,y mas adelante otra de tipografía virreynal o una minúscula y hueca, apenas legible. De pronto tenia todo el papel cubierto de aquellas letras; recién entonces me percate que cada vez que el trance me dominaba terminaba escribiendo aquella consonante de manera recurrente y casi compulsiva, sin precisar ni reparar en su significado.

Siete años mas tarde de aquel incidente toxico y francamente entupido, nos encontramos físicamente en la ciudad de la eterna primavera, rozando una vez mas nuestras animas y posteriormente nuestros cuerpos. Pero eso aun yo no lo sabía.

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Había llegado a esa histórica ciudad por encargo de la consultora para la cual me empleaba seis meses al año. Trujillo era entonces una ciudad inmensa para mi, después de haber conocido muchas provincias menores del interior, regresar a esa metrópoli me parecía abrumador, la notaba cada vez mas agresiva, a pesar de su primaveral sobrenombre y esporádico encanto, se respiraba una violencia sorda desde sus primeros signos urbanos; caminaba por sus calles con la cautela evidente del forastero, con ágiles movimientos avanzaba sobre veredas y cruzaba pistas, atento a los movimientos de los personajes dudosos, arriba el cielo gris hacia que mi estado anímico se replegara aun mas en su coraza.

-Debe ser el invierno mas frió de los últimos años mi estimado amigo- apuntaba un taxista avispado mas adelante haciendo eco de mi obvia interrogación respecto a la intermitencia del clima inesperado.

Aquel cuadro fue el que me hizo ver el antiguo damero de trazo español cada vez más como una caricatura de la ciudad que antes conocí, ahora cada vez más parecida - ya en sus hostilidades como en su falta de identidad- a su vieja hermana que era la ciudad de Lima.

-¿Y que lo trae por aca joven?- Pregunto el pequeño hombre del volante mientras me lanzaba una mirada rapaz por el retrovisor.

Sin devolverle el gesto visual le respondí con una frase cortante para proseguir con el giro automático que me obligaba a torcer el cuello casi hasta su límite para seguirle el rastro a una transeúnte de impresionante garbo que se alejaba por la avenida. Eran apenas las primeras muestras de una urbe con altos índices de bellas mujeres por kilómetro cuadrado.

Aparte de esos pequeños destellos estéticos que me alegraron fugazmente la existencia, tuve nuevamente aquella sensación neutra de toda emoción mientras buscaba alojamiento, y tuve el infortunio de no encontrar disponible el hotel que solía ocupar durante los veranos, ya que se hallaba en plenas obras de refacción por lo que tuve que buscar un hospedaje mas modesto y acorde con mi entonces frágil economía, así que finalmente recale en uno de esos de dos estrellas de aparente decencia, con la ventaja de ubicarse en el centro, a pocas cuadras del mercado; en su fachada tenia trece banderas de los países sudamericanos -según pude notar- , ese numero impar sin embargo no seria un mal augurio para mi, todo lo contrario.

Ya instalado en una habitación del cuarto piso a la cual llegue por medio de un ascensor decadente, me encontré de pronto con un ambiente demasiado pequeño para mis hábitos ensanchados y libertinos, tuve que resignarme entonces a habitar aquella pieza que olía a madera antigua y exigía de ventilación y luz natural, afligido por la estrechez abrí la única ventana y comprobé con pesar que daba a una pared tapiada y sin revestir de un edificio contiguo, era demasiado tarde para retractarme pues ya había pagado la habitación. Tendría que tragarme el disgusto.

Después de descansar el resto de la tarde decidí salir del hotel, súbitamente impulsado por una voz interior que clamaba por conjugar verbos tentadores: salir, caminar sin rumbo, conocer gente, tener aventuras. Por otro lado deseaba permanecer el menor tiempo posible en aquel reducto enmohecido y cargado de malas vibraciones, de sabe dios de cuantas penurias y suspiros abandonados por sus rincones y sus sabanas; por fin ya aseado,correctamente vestido y engominado, me dispuse a hacer mi recorrido nocturno, de pronto me acorde de Arteaga, era la persona que tenia que contactar al día siguiente, pero podía llamarlo esa noche para ir adelantando información, y así avanzar con el siguiente paso de mi encargo, entonces lo llame. Después de un breve intercambio de saludos quedamos en encontrarnos en la calle de los Vinos. Me dijo que tenía novedades para mí, así que quedamos en cenar por allí.

Baje del taxi y en la entrada del local me esperaban tres personas, Arteaga, Pilar -su mujer -y una jovencita cuya presencia no me fue advertida antes, entonces comprendí aquello de las “novedades”, después de los saludos y presentaciones respectivas pude saber su nombre. La muchacha se llamaba N.